Lo bueno también se puede trabajar

El trabajo que se hace desde las diferentes disciplinas como la Psicología, la Economía, el Derecho, entre otras, se enfoca habitualmente en identificar e intentar solucionar problemas. En teoría, la Psicología tiene como fin aliviar el sufrimiento humano, o al menos disminuirlo, y que las personas aprendan a manejarlo. La Economía como ciencia social estudia la manera como los individuos y las sociedades usan los recursos para satisfacer sus necesidades. Desde el Derecho, los abogados se preocupan por estudiar, aplicar y hacer cumplir las leyes y reglamentos que rigen las diferentes sociedades con el fin de que se cumplan en pro de un bien común. Hasta aquí la teoría. Sin embargo, en la práctica, estas disciplinas se encargan de solucionar problemas, cosa que sin duda es necesaria y útil. Pero tal vez por enfocarse principalmente en los problemas y en lo que no funciona, se ha dejado de lado aquello que sí funciona y muchas veces tener claro y estudiar esto último, puede ser la mejor manera para prevenir los problemas. En las relaciones humanas ocurre algo semejante.

 

Hace un par de años llegó a consulta una mujer de 35 años muy angustiada porque sus hijos estaban creciendo y ella se estaba volviendo cada vez más sobre protectora con ellos. “Yo me acuerdo que mi mamá me protegía y en general veo que mis amigas protegen a sus hijos. Pero en mi caso soy demasiado exagerada, no los dejo quedarse solos en el parque del club, no me siento tranquila cuando la niñera los recoge en el jardín o en el colegio, me da angustia que el grande se vaya en el bus del colegio por las mañanas, ¡en el bus del colegio! Eso lo hacen todos los niños pero sufro de pensar que les pueda pasar algo y ya no puedo seguir viviendo con esta ansiedad tan horrible!”.

 

En la medida que fuimos indagando por su angustia se fue poniendo en evidencia que los únicos momentos en que estaba tranquila eran cuando sus hijos estaban a su cargo. Ni siquiera cuando estaban con el esposo se sentía completamente tranquila, lo que no sólo la hacía sentir culpable, sino que ella misma no entendía qué era lo que le había venido ocurriendo en los últimos tiempos porque durante mucho tiempo se había sentido tranquila de dejarlos tanto con su esposo como con sus padres, suegros, con la persona que le ayudaba en la limpieza de la casa, con la niñera, etc. Esa confianza la había perdido y ella no lograba identificar qué era lo que le había ocurrido para poder comprender ese cambio. Fueron varias sesiones en las que se puso en evidencia que la angustia la seguía acompañando a pesar de su esfuerzo por superarla y por encontrar una razón que le permitiera comprender a qué se debía su cambio.

 

Al darse cuenta que buscar la causa no es sinónimo de encontrar la solución, accedió a hacer un experimento: ‘tomaría una foto’ de esa angustia, es decir, cada vez que la sintiera se sentaría a escribir lo que estaba sintiendo y sobre todo, los pensamientos que la estaban asaltando y generando tanta angustia. Después de cumplir con esta tarea volvió a consulta aún más angustiada porque al escribir se puso en evidencia un miedo que tenía adentro y que ella misma se había negado a reconocer durante los últimos 30 años: había sido abusada sexualmente cuando era niña. Estos recuerdos eran un poco vagos justamente porque durante toda su vida había intentado olvidarlos haciendo de cuenta que eso jamás había ocurrido. Pero cuando sus hijos empezaron a crecer y el mayor cumplió 5 años, ella empezó a sentir pánico de pensar que alguien pudiera abusar de él. “Me muero del miedo de pensar que a mis hijos les pueda pasar lo mismo. La persona que abusó de mi era un amigo de mi familia, de mis papás, un hombre que todo el mundo quería y respetaba. Nadie se hubiera imaginado que era un abusador de niños. ¿Entonces cómo voy a confiar en las personas a nuestro alrededor? Podrían ser iguales que él, y como lo más probable es que yo nunca me entere no voy a poder proteger a mis hijos”.

 

A raíz de este descubrimiento ella tuvo que hacer un trabajo emocional doloroso y exigente: enfrentar ese recuerdo para poderlo archivar en su pasado y así, construir un presente libre de este recuerdo. Aunque es imposible cambiar o cancelar lo que ha ocurrido en el pasado, por fortuna sí es posible cambiar los efectos que pueda tener sobre el presente (Milanese & Cagnoni, 2009). A través de la escritura ella pudo ir recordando lo que le había ocurrido, lo que para ella fue sin duda una tarea muy dolorosa ya que llevaba 30 años tratando de ocultar esa vivencia. Sin embargo, fue la tarea de escribir “lo malo” lo que le permitió descubrir que había muchísimas cosas positivas en su vida: una carrera exitosa, un esposo al que ella adoraba y que la adoraba a ella, un matrimonio muy unido, un grupo de amigas maravilloso que siempre había estado ahí para ella, unos hijos sanos que había podido tener cuando había querido, entre muchas otras cosas. En otras palabras: fue el acto valeroso que ella hizo para recordar “lo malo” lo que permitió que su mente, por efecto paradójico, comenzara a ver y reconocer la cantidad de cosas buenas que le habían ocurrido en su vida. Fue esto lo que le permitió empezar a superar el trauma porque se dio cuenta que, a pesar de haber tenido que vivir esa experiencia tan traumática, en su vida había también muchos eventos y acontecimientos maravillosos y positivos en los que también podía centrarse.

 

En otras palabras, lo que le permitió a esta mujer empezar a ver lo positivo no fue haberse propuesto a buscarlo voluntariamente, sino todo lo contrario: fue enfocarse en lo negativo. Esta es la lógica paradójica (Nardone, 1997) bajo la cual funciona la mente humana: al centrar su atención en lo negativo empezó a darse cuenta de lo positivo. Y al darse cuenta de lo positivo de manera natural, sin proponérselo ni forzarse, pudo recuperar la confianza y la tranquilidad no sólo en ella, sino también en las personas a su alrededor. Se dio cuenta que si bien es necesario proteger a los niños, lo que más los protege es sentir que tienen unos padres comprensivos, con quienes pueden hablar y dialogar, que además les van dando libertades para que ellos mismos vayan desarrollando su propio criterio y aprendan a poner límites. Trabajar en sus fortalezas también le permitió hablar con su esposo, contarle lo que le había sucedido, y encontrar en él un apoyo y una comprensión que también fue parte de lo que le ayudó a dejar atrás el trauma. Finalmente tomó la decisión de ir a una fundación de jóvenes abusadas para prestar un servicio y apoyar, a través de su testimonio, a otras personas que por lo mismo. Un testimonio que ya no era el de una persona insegura e infeliz, sino todo lo contrario: el de una mujer fuerte que fue capaz de superar y sobreponerse al trauma tan profundo que generalmente produce ser víctima de un abuso sexual.

 

Querer fijarse en “lo bueno” cuando emocionalmente no estamos bien conlleva un resultado paradójico: no sólo no podemos verlo, sino que además empezamos a ver solamente lo negativo. Lo mismo ocurre cuando hacemos este mismo ejercicio al revés, es decir, cuando nos enfocamos en ver solamente “lo malo”: por el mismo efecto paradójico, la mente voluntariamente y sin esfuerzo, comienza a ver lo bueno. Es así como aún en los momentos difíciles podemos empezar a trabajar en “lo bueno” usando una estrategia como esta.

 

Otra manera de trabajar en “lo bueno”, en ‘explotar’ y fortalecer nuestras cualidades y fortalezas, es desarrollando la propia conciencia sobre cuáles son las cosas que nos hacen sentir bien en los momentos que estamos alegres y nos sentimos bien con nosotros mismos: nuestra actitud, la manera como estamos viendo la vida, nuestra sonrisa, la forma como nos relacionamos con otros, nuestra capacidad de ayudar, de comprender a los otros, de escuchar, de aprovechar y vivir en el presente, etc.

 

Si cada persona logra hacer conciencia de lo que está haciendo –o dejando de hacer- en el momento en el que está contenta y se siente bien consigo misma, irá consolidando y fortaleciendo internamente esas cualidades y capacidades que todos tenemos, pero que en los momentos emocionalmente difíciles nuestra mente nos impide ver. Aunque eso no implica que podamos ver esas mismas cualidades en los “malos momentos”, fortalecer “lo bueno” le quita espacio y fuerza a “lo malo”, logrando que sean cada vez menos los malos momentos, o que cuando éstos aparezcan tengamos cada vez más herramientas para salir de ellos. Porque el más fuerte no es nunca el que no se ha caído: es el que se ha caído y sabe cómo levantarse.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta

MA en Terapia Breve Estratégica.

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