La paradoja del cambio

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Uno de los principales planteamientos de la Teoría de la Evolución de Darwin, es que las plantas más fuertes son aquellas que pueden sobrevivir a los diferentes cambios climáticos y esto sólo es posible en la medida que sean capaces de adaptarse, de cambiar.

Esta condición de cambio que permite la adaptación y la sobrevivencia, no sólo se presenta y es necesaria en las plantas: también lo es para todos los demás seres vivos. En el caso particular de los seres humanos genera una paradoja, pues aún sabiendo que cambiar es una condición necesaria para sobrevivir, una de nuestras principales resistencias es al cambio. Debido a la tranquilidad que nos genera estar en nuestra zona de confort, en lo que ya conocemos, buscamos quedarnos ahí, sin darnos cuenta que de esta forma nos volvemos más frágiles, pues somos menos flexibles y por ende menos capaces de adaptarnos al cambio. No en vano cuando se presenta un huracán, los únicos árboles que quedan en pie después de la tormenta son las palmeras, pues aunque a simple vista parecen más débiles que un roble por ser delgadas y moverse con el viento, es justamente esa flexibilidad la que les permite adaptarse y sobrevivir a grandes cambios climáticos.

El cambio significa algo nuevo, y por ende obliga a las personas a salirse de su comodidad para ‘explorar’ ámbitos y situaciones diferentes y poder adaptarse a ellas. Con el fin de ilustrar lo anterior, a continuación presento dos ejemplos de casos específicos que he visto en mi consulta: uno en el campo laboral y el otro en el campo de las relaciones de pareja.

En el campo laboral se pueden presentar dos situaciones: la primera es aquella en la que una persona quiere voluntariamente cambiar de trabajo, y la segunda aquella en la que la persona pierde su empleo por cuestiones ajenas a su voluntad. En el primer caso, la nueva situación le exige a la persona adaptarse a las condiciones y políticas de su nuevo empleo. En la segunda situación, la adaptación al cambio es más difícil pues la persona se ve enfrentada a tener que asumir que en su presente, está desempleada. “Lo primero que se me viene a la cabeza apenas abro los ojos por la mañana es que perdí mi trabajo y ya con eso, no me quiero levantar. Empiezo a cuestionarme todo: qué hice mal, qué pude haber hecho diferente, si será que en las reuniones con mi jefe me equivoqué en algo grave, en fin. Es desesperante porque se me va el día pensando en lo que pudo o no pudo ser y cuando menos me doy cuenta, se me pasó el día sin hacer nada. Ni siquiera busqué otro trabajo”. Esto me decía una mujer con una exitosa carrera laboral que después de trabajar durante más de diez años en la misma compañía, se vio obligada a aceptar que prescindieran de sus servicios debido a un recorte de personal.

Un cambio como este genera alteraciones en las personas porque afecta todos los campos de su vida: comienza a dudar de sí misma, de sus capacidades, se cuestiona sobre lo que hubiera podido hacer diferente para no perder su empleo, y ese constante cuestionamiento es lo que muchas veces le impide asumir el cambio y empezar a aceptar su nueva realidad con una actitud positiva.

En el caso de las relaciones de pareja, la situación es diferente, pero la sensación de dificultad y resistencia a aceptar el cambio cuando una de las partes toma la decisión de terminar, es la misma. Por lo general, lo primero que hace la persona a quien le están terminando es negarse a aceptar la decisión del otro buscando revertirla. Y muchas veces lo logra: convence a su pareja para que sigan juntos, sin darse cuenta que esto puede desgastar aún más la relación, al punto que de todas maneras, ésta termina. La resistencia al cambio aumenta el dolor, la inseguridad y la insatisfacción en ambas partes para finalmente darse cuenta que lo mejor hubiera sido terminar y aceptar ese cambio desde que se planteó.

Así lo vivió una persona que después de catorce años de matrimonio y cuatro años de estar luchando contra su esposa, quien consideraba que lo más sano era divorciarse, terminó teniendo que ceder con más dolor: su esposa le fue infiel y terminó diciéndole que había sido el único mecanismo que había encontrado para que él aceptara el divorcio. “¡Es increíble tener que estar pasando por el dolor que me ha generado su traición para entender que tenía que moverme de mi zona de confort! Pero sinceramente todavía no sé por qué se quería divorciar si cuando pienso en lo que fueron estos doce años de matrimonio, sólo puedo pensar en lo felices que éramos juntos”.

Uno de los mecanismos a los que acudimos los seres humanos cuando se presenta un cambio que conlleva dolor y sufrimiento, es añorar el pasado. Es una de las principales soluciones intentadas disfuncionales que muchas personas ponen en práctica para hacerle frente al cambio: recordar el pasado como lo mejor, como algo que no se va a volver a repetir y por lo mismo, no se quiere dejar ir, lo que complica aún más la adaptación al cambio.

Hace poco vi una de las últimas películas de Woody Allen: “Midnight in Paris”. Entre otras cosas, muestra de una manera clara, divertida y genial cómo los seres humanos tendemos a amarrarnos al pasado, a lo que ya conocemos. Y es comprensible, pues ‘lo conocido’ nos genera una sensación de seguridad y tranquilidad que intentamos mantener a toda costa. ¿Cómo? Evitando el cambio, lo que nos impide ver y manejar en pro de nuestro beneficio, la paradoja en la vivimos constantemente: nuestra única constante, es el cambio.

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 22 de junio de 2011

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