El hombre propone, la mujer dispone

La familia de mi madre es de origen santandereano con lo cual mi mamá, mi abuela, y entiendo que también mi bisabuela, fueron siempre mujeres con mucho carácter. Alguna vez mi mamá me contó que una de las cosas que a mi abuelo más le había gustado de mi abuela cuando la conoció (año 1937), era justamente su carácter. Sin embargo cuando mi abuela se casó, ese carácter aparentemente se perdió y ella empezó a darle gusto a mi abuelo en todo dejando de lado una de las principales características por las que él se había enamorado. Por lo mismo, un día él la confrontó y le dijo que esa mujer dócil que a todo le decía que si no era la persona con la que él quería estar. Fue así como él se enteró que la abuela de mi abuela le había dicho a ella que al casarse tenía que darle gusto en todo a su esposo, que no podía contradecirlo, que debía estar siempre de acuerdo en todo lo que él quisiera.  Lo hablaron y ella volvió a ser esa mujer de carácter, auténtica y autónoma de la que mi abuelo se había enamorado.

En los últimos meses he visto varios casos de mujeres, que como mi abuela, al casarse perdieron su capacidad de poner límites, de decidir, e incluso perdieron su identidad. Como consecuencia de ello, cargan con ellas una profunda rabia y un malestar general contra la vida pues sienten que muchas de las experiencias que han vivido no han sido las que hubieran querido, sino las que han escogido sus esposos. Y ellas simplemente se han acomodado a ellos por lo que se presentan como “la esposa de” y no bajo su propio nombre.

Una de estas mujeres llegó emocionalmente destrozada porque después de casi cuarenta años de matrimonio, quería separarse. “Estoy cansada. En este momento no sé quién soy ni qué me gusta porque llevo casi cuarenta años acomodada a este señor que es el que ha definido todo: desde qué se come en la casa hasta a dónde nos vamos de vacaciones, a qué colegio debían ir mis hijos, qué me debía poner yo para una comida elegante, dónde teníamos que ir a almorzar el domingo, todo”.

Otra mujer de treinta y ocho años, con 11 años de matrimonio, también llegó buscando ayuda “para recomponerme”. Su esposo le había sido infiel unos años atrás y ella había decidido perdonarlo. Pero con el paso del tiempo se fue dando cuenta que en realidad ella no quería perdonarlo, que no hubiera querido seguir con la relación porque según ella, “Nunca ha sido una buena relación. Realmente nunca hemos sido una pareja, yo siempre he estado a la sombra de él, de sus decisiones, de lo que él ha querido. Tanto que hasta decidió serme infiel y yo lo perdoné”.

Y finalmente una tercera mujer que se está acercando a los 30 años, después de ocho años de matrimonio se dio cuenta que había vivido siempre en función de su ex esposo. “Me di cuenta de eso cuando un año después de habernos divorciado, me encontré a un compañero de él del trabajo y me dijo: ‘Ah, tu eres la ex esposa de fulanito!’ Ese día llegué a mi casa furiosa, hasta lloré de la ira porque me di cuenta que siempre fui esa: “la esposa de”. Desde que nos cuadramos me convertí en lo que él esperaba, en lo que él quería y me dejé completamente de lado. Y ahora tengo una rabia que no me aguanto a mí misma porque realmente la responsable soy yo, no él. Él nunca me pidió que me volviera esa persona, yo simplemente me fui convirtiendo en su acompañante y en ese proceso, me perdí”.

Estas tres mujeres comparten una característica en común: se perdieron a sí mismas por el miedo de perder a su pareja. A pesar de las diferencias de edades y de la duración del matrimonio, al casarse –e incluso antes del matrimonio-, dejaron de ser ellas mismas y se convirtieron en lo que cada esposo quería que ellas fueran. Y en los tres casos, no fue algo que sus respectivas parejas les exigieran, sino que ellas, tal vez por el miedo a quedarse solas, a no casarse, a perder a su esposo, dijeron a todo que sí, aceptaron todas las condiciones aun cuando no estaban de acuerdo, aun cuando se iban dando cuenta que se estaban aguantando cosas que no querían vivir. Pero como todo en la vida tiene un límite, en un caso el límite fue casi 40 años, en otro 11, en otro 8. Y en cualquier caso, es enorme la frustración que se siente al ver que se han convertido en una persona que no eran, que permitieron que otros (porque no es el esposo el único que acabó pasando por encima de ellas) definieran sus vidas, sus pasiones, sus gustos, sus objetivos de vida y cuando menos se dan cuenta, han pasado la mayor parte de su vida viviendo lo que los demás esperaban de ellas.

Pocas cosas son más atractivas en una pareja –independientemente de si es hombre o mujer-, que el carácter, la independencia (sin exagerar), la determinación, los sueños, la forma de ser. Convertirse en una réplica del otro inicialmente parece ser agradable porque evita peleas, confrontaciones, porque todo parece fluir en calma. Pero al final del día es una tensa calma que tarde o temprano explota y hace daño. Así como veo a estas mujeres, veo hombres enamorados y hombres que sufren enormemente porque perdieron a sus parejas por fallas de ellos. Y lo que encuentro como común denominador en estos hombres “entusados” es que una de las cosas más atractivas para ellos de sus parejas era justamente su carácter, su capacidad de decidir en la vida, de tener sueños propios, de ponerles límites a ellos, de manifestarles lo que les gustaba y lo que no. Hombres que se sentían retados por sus parejas, estimulados en muchos sentidos porque veían en ellas seres humanos con características de admirar, como el emprendimiento, la manifestación del cariño, la capacidad de decir que no, de saber pelear de una manera sana, de tener propósitos claros en su vida, entre otras cosas.  Y paradójicamente esas relaciones se acabaron porque fueron ellos los que ‘se durmieron sobre los laureles’, los que no supieron estar a la altura de esas mujeres y las dejaron pasar, razón por la cual hoy se lamentan y lloran como niños chiquitos.

Las mujeres, como los hombres, podemos marcar límites, exigir, escoger y decidir. Y para ellos, como para nosotras, ver en el otro a una persona con capacidad de decisión, con sueños y objetivos, que es flexible pero al mismo tiempo firme, es una de las características que más atrae en una relación. Estar en compañía no implica perder la identidad, por el contrario, implica ser capaces de amoldarse mutuamente, de ser flexibles pero manteniendo siempre la esencia. Así es que se logra mantener el equilibrio en una relación que permite que las relaciones, como la de mis abuelos, duren hasta que la muerte los separe siendo felices hasta el final.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta

MA en Terapia Breve Estratégica.

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