Ser optimista o perfeccionista: no es una condición, es una decisión.

En el libro de Tal Ben-Sahar, “Being Happy” (podría traducirse como ‘Siendo feliz’), el autor hace una diferenciación entre las personas perfeccionistas y las optimistas. Una de las principales características de los perfeccionistas es que son personas que se niegan a aceptar que una parte de la vida -por lo demás inevitable, importante y útil-, es el sufrimiento. Para un perfeccionista las cosas tienen que ser y salir perfectas, sin errores, y sobre todo, sin sufrimiento. Por esta razón su principal tendencia es resistirse a los retos, a los desafíos, a las cosas que les pueden costar trabajo, que son exigentes. En otras palabras, se resisten a la vida.

 

Las personas optimistas, en cambio, cuando se ven enfrentadas a situaciones que les generan dolor, rabia, miedo, angustia, ansiedad, entre otras, en vez de resistirse y asumirlas como una injusticia o como un castigo, las viven como oportunidades para crecer y mejorar como seres humanos. Reconocen el sufrimiento como una parte inevitable de la vida que incluso consideran como algo necesario y benéfico para ellas. Esto no significa que no les afecte o que lo disfruten, sino que logran desarrollar más capacidades para enfrentar situaciones difíciles, tienen más recursos y estrategias al momento de sortear un problema y son más seguras de sí mismas y de sus capacidades, por lo cual les asusta menos equivocarse.

 

“Yo siempre quiero que todo salga bien, es más, que todo salga perfecto porque si no, no lo hago. Y eso me hace sufrir mucho porque llevo mucho tiempo queriendo montar mi negocio pero como no estoy segura si va a salir como yo quiero, entonces no hago nada. Y así llevo ya casi dos años, en que como las cosas pueden no salir perfectas, no las hago”.

 

Ser perfeccionistas u optimistas no es algo con lo que se nace, es algo que cada persona construye y desarrolla a lo largo de su vida. Ante cada situación exigente toda persona tiene dos opciones: verla como algo de lo cual puede aprender, fortalecerse, mejorar y seguir adelante a pesar de lo desagradable, dolorosa y difícil que pueda ser; o verla únicamente como algo injusto, que no merecen, por lo desagradable, dolorosa y difícil que resulta para ella. Por eso la ven como algo que no van a poder superar. Así es como cada persona va construyendo su propia vida. Esto fue lo que poco a poco empezó a ver María[1]: que ella misma estaba dejando de intentar y arriesgarse a sacar un sueño adelante por el miedo a fracasar, porque para ella lo que no fuera perfecto era un fracaso.

 

Empezar a dejar de ser una persona perfeccionista no fue fácil porque justamente por serlo, su creencia era que la vida está dividida en los extremos: se hace todo perfecto o se es una persona mediocre. Ella no se daba cuenta que esa creencia era justamente la que le estaba impidiendo desarrollar y sacar adelante su proyecto. Así fue descubriendo por sí misma que en realidad la vida no está en los extremos, sino que está siempre en los puntos intermedios. Dejar de ser perfeccionista no implica ser mediocre, por el contrario: implica aprender a enfocarse en esforzarse por realizar los procesos en la mejor forma posible para liberarse así del resultado que se obtenga. Es un buen paso para empezar a trabajar en la liberación del propio ego.

 

Para María no ha sido un proceso fácil porque constantemente la acompaña el miedo a fracasar. Por eso lo primero que empezó a trabajar fue justamente en sus miedos. Su primer paso fue definir el objetivo que quería alcanzar: montar su propio negocio. Teniendo claro lo que quería lograr, empezó mentalmente a invocar todos sus miedos respecto a lo que podía salir mal, en otras palabras, al fracaso. Al hacer este ejercicio, finalmente pudo empezar a definir –y a dar- pequeños pasos, acciones concretas.  Estas pequeñas acciones concretas (práctica) la fueron liberando de la prisión en que la mantenían sus propias creencias (pensamiento). Una de estas ‘pequeñas acciones’ fue pedir un préstamo. No tuvo éxito en el primer intento, lo que fue difícil para ella porque este era uno de sus principales miedos. Pero cuando finalmente lo obtuvo pudo darse cuenta por sí misma que ese pequeño fracaso no era ‘el infierno’ que ella pensaba, y esto la fortaleció: fue de este ‘fracaso’ que ella obtuvo las herramientas para aprender cómo solicitar otro crédito para que se lo aprobaran. Y así logró el éxito que necesitaba en este primer paso.

 

A medida que fue avanzando en los siguientes pasos, como en los peldaños de una escalera, ella misma fue dándose cuenta que se podía acercar a la meta.  Aunque aún no tiene el negocio montado, por primera vez desde que le surgió la idea se siente contenta y, sobre todo, cada vez más segura de sí misma y de sus capacidades para enfrentar las naturales dificultades y desafíos de la vida. Por momentos la acompañan algunos miedos a fracasar que, como a cualquier ser humano, le disgustan. Pero el hecho de haber podido avanzar en el proceso y constatar por su propia experiencia que los miedos que tenía en su mente eran peores que los que ha tenido que enfrentar en la realidad, le ha dado la confianza en ella misma que necesita para seguir avanzando.

 

“No vemos el mundo como es sino como somos”, afirma Talmud. El caso de María es un claro ejemplo de ello. Por ser una persona perfeccionista le era imposible ver el fracaso como una oportunidad. Ahora que ha tenido que enfrentarse a situaciones en las que el resultado no ha sido el que quería o esperaba, se ha dado cuenta que si bien no es una sensación agradable, es la única manera de avanzar en la vida tanto a nivel profesional como personal. María ha empezado a cambiar los lentes con los que veía el mundo, lo cual no significa que haya dejado de ser una persona perfeccionista porque ser perfeccionista y ser optimista no son características opuestas sino complementarias. De lo que se trata es de ser capaz de ver cada vez más situaciones desde una perspectiva optimista para lograr así un sano equilibrio entre el optimismo y el perfeccionismo.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta

MA en Terapia Breve Estratégica.

 

 

[1] Nombre ficticio para referirse a la paciente.

Analizo, analizo, analizo ¿y?

La tendencia a darle una explicación racional a todo, la hemos construido los seres humanos. Tenemos la creencia que lo que nos va a ayudar a solucionar un problema, o a superar un momento de tristeza o angustia profunda, es hacer un análisis racional de la situación que estamos viviendo. Estamos convencidos de que así encontraremos las ‘causas únicas’ del problema, que nos llevarán a su raíz y así, a su solución.

Mi experiencia como persona y como profesional me ha mostrado que los problemas que nos generan sufrimiento no tienen una única causa: son el resultado de la combinación de muchos factores que se relacionan y retroalimentan entre sí. Asimismo, he podido constatar que la mayoría de las veces es el exceso de análisis el que conlleva el aumento de la angustia, pues la mente se encarga de hacernos vivir en un pasado que ya no podemos cambiar o en un futuro que no sabemos si va a llegar. Y mientras se nos va el tiempo en el análisis del pasado y el futuro, el presente desaparece de nuestro escenario.

Desde muy niños nos están enseñando a ser “personas analíticas”. En el campo de la educación se han hecho modificaciones en las formas de evaluar el desempeño académico de los alumnos, reemplazando las preguntas de selección múltiple por preguntas abiertas –por “Preguntas que los hagan pensar”, decía un profesor hace poco refiriéndose a los mecanismos de evaluación-. Sin duda es importante que las personas aprendan desde niñas a desarrollar una capacidad de análisis, un criterio y una perspectiva crítica frente a cada situación. Analizar “las variables” a la hora de pensar en un cambio de trabajo o en irse a estudiar por fuera, es importante. El problema, como en todo, es que en exceso el análisis se vuelve dañino. Más cuando se trata de las relaciones humanas en las que no existe una causalidad linear (causa – efecto), sino una causalidad circular en la que todas las causas, a su vez, son efectos.

En los últimos meses me he encontrado con consultantes que están inconformes con su vida. Consideran que el sufrimiento que están viviendo se debe a que ‘el mundo ha sido injusto con ellos’ y la manera como buscan superarlo es analizando. “Yo soy una persona súper analítica. Siempre trato de analizar todo, de entender por qué pasan las cosas. Pero en este momento no entiendo nada, no sé por qué todo pasó así, si yo todo lo había planeado diferente. Me siento tan perdida que he llegado a replantearme el análisis que hago todo el tiempo. Analizo, analizo y analizo, ¿y?” Así se expresaba una mujer de 32 años que, después de haber analizado y planeado con su novio durante casi dos años la posibilidad de estudiar juntos en el exterior, a pocos meses de irse la relación terminó. Cuando llegó a la consulta estaba perdida en sus propios análisis. Se le iban los días analizando si debía irse o quedarse, si se había equivocado al tomar la decisión de irse con él, si debía hablar con su ex novio para intentarlo de nuevo o mejor “dejar las cosas de este tamaño”; y así sucesivamente.

Otro consultante. como ella, estaba tan perdido en sus análisis y era tal su angustia, que venía presentando síntomas físicos de náuseas y vómito en el último año y medio de su vida. “Esta ‘analizadera’ es automática. Suena absurdo porque son mis propios pensamientos; pero es que es como si yo mismo no pudiera dejar de analizar”, me decía desesperado. Es tal la ansiedad que le generan sus propios pensamientos, que en varias oportunidades ha tenido que suspender su estudio porque las ganas de vomitar no le permiten salir de su casa. “Me han hecho todos los exámenes físicos y mi cuerpo está perfecto. Por eso me di cuenta que mi problema es psicológico: no puedo dejar de analizar”.

Hemos permitido que la mente adquiera un gran poder sobre nosotros: por eso funciona de manera casi automática. El análisis, que en un comienzo puede ser tan útil, con el tiempo se convierte en “un tirano”: se vuelve casi imposible dejar de analizar. Y en la lucha interna por dejar de hacerlo, por controlar la mente para “ponerla en blanco”, se termina analizando aún más. Finalmente, llega el momento en el que las personas se dan cuenta que analizar no les resuelve su problema, entonces empiezan a castigarse y a recriminarse por seguir haciendo algo que no les funciona. De esta manera, aumentan la angustia y el sufrimiento.

El análisis desaparece si le damos permiso de estar presente, si nos damos permiso ‘para analizar todo’: el pasado, el futuro, lo que fue o no fue, lo que esperábamos o quisiéramos que hubiera sido distinto, lo que puede venir, etc. Así la mente eventualmente ‘se cansa’ y empieza a dejar de analizar todo. “Si te digo que pienses en todo menos en elefantes amarillos, ¿qué es lo primero en lo que piensas?”, le pregunté a una consultante. Ella, atacada de la risa, me respondió: “Los estoy viendo entrar por esa puerta”. Si en vez de combatirlos les damos un espacio para pensarlos, así como llegan se van. La mente empieza a encontrar un equilibrio entre el análisis –importante y necesario en una dosis adecuada-, y el ‘no análisis’, que es lo que nos permite sentir, vivir y disfrutar del presente, de cada momento, sin estarnos recriminando ni tampoco buscando explicaciones que, como dijo mi paciente: contrario a disminuir la angustia, el análisis acaba aumentándola.

La búsqueda de explicaciones matemáticas es útil en el mundo de las matemáticas, mundo al que no pertenecen las relaciones humanas. De lo contrario, el análisis ya habría solucionado todos nuestros problemas.

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 18 de agosto de 2011