Celos: si no me enloquecen, ¡enloquezco a mi pareja!

El famoso filósofo y matemático Pitágoras decía que son los seres humanos los artífices de sus propias desgracias. Me atrevo a complementar esa frase diciendo que son también los artífices de sus propios triunfos. Esto lo hablamos con una adolescente durante la primera cita, a la que llegó diciendo que necesitaba ayuda pues sus celos habían acabado un noviazgo de cinco años.

A medida que fuimos avanzando en el proceso, ella fue descubriendo cómo un pensamiento puede llegar a convertirse en una profecía que se termina volviendo real (“Curar la escuela”, Balbi, E. & Artini, A. 2011). “La relación fue muy especial hasta cuando empecé a desconfiar de él. Desde ahí, todo se volvió un infierno”. Con lágrimas en los ojos, reconocía que su desconfianza no tenía razón de ser, pues ninguno había sido infiel. La desconfianza empezó a raíz de una época en la que todos los amigos del novio estaban sin novia. “El plan era salir con una vieja diferente todos los fines de semana y yo sentí que mi novio hubiera querido hacer lo mismo. Nunca lo hizo, pero desde entonces empecé a sentir celos hasta de sus amigos”.

De un pensamiento inicial se empezaron a generar otros pensamientos que le producían una angustia cada vez mayor, la cual terminó por llevarla a hacer cosas que nunca había hecho: revisarle el celular y el computador, llamarlo constantemente para saber en dónde y con quién estaba, empezar a pedirle que no almorzara con sus amigas del colegio y que en los “huecos” entre una clase y otra en la universidad estuviera siempre con ella. Le preguntaba todo el tiempo si realmente la quería, si quería estar con ella, si no estaba siendo infiel, preguntas que él respondía esperando que en algún momento acabaran. Pero las respuestas nunca eran suficientes. Al contrario: cada respuesta la llevaba a hacerle nuevas preguntas.

Los celos la convirtieron en una novia cada día más absorbente. Ella tenía que estar con él todo el tiempo para asegurarse de que no le fuera a ser infiel. Cuando se daba cuenta de lo que estaba haciendo se sentía culpable, lloraba, le pedía perdón por ser tan invasiva y le prometía dejar sus celos. Pero al poco tiempo volvían a tiranizarla. Finalmente ocurrió lo que en estas circunstancias era esperable: él le dijo una mentira. Le dijo que almorzaría con un amigo en la universidad, cuando su plan era almorzar con su mejor amiga del colegio. Ella no le creyó, se fue a buscarlo y lo encontró con la amiga. “Perdí la cabeza. Le armé un show ahí en el sitio enfrente a todo el mudo y me fui. Cuando llegué a mi casa, no podía creer lo que había hecho, pero ya el daño estaba hecho”.

Después de contarme esto, me dijo: “Él cambió mucho”, momento en el que me atreví a preguntarle: “¿Cambió él o cambiaste tú?”, y con lágrimas en los ojos me respondió: “Creo que cambié yo. La verdad, me volví insoportable, tanto que me terminó, y no porque no me quisiera sino porque ya no quería estar con mi ‘nueva’ yo”.

Con este episodio la relación terminó por un tiempo, pues en pocos meses la desconfianza había erosionado una relación que durante cinco años se había desarrollado con base en la confianza mutua y en la ilusión de compartir diariamente el uno con el otro. Varios meses después decidieron volver a intentarlo, y entonces ella se dio cuenta de que necesitaba ayuda. “Él me dijo que me adoraba, que sentía mucho haberme dicho mentiras, pero que se había vuelto imposible hablar conmigo. Por eso había preferido no decirme que iba a almorzar con su amiga, a quien yo conocía perfectamente y sabía que entre ellos no había nada. Pero mis celos no me dejaban ver otra cosa”.

Desde la primera cita ella comenzó a trabajar intensamente para desmontar las creencias que alimentaban sus celos. Ha sido un trabajo exigente porque cuando se llega a ese nivel de celos, en cada comportamiento de la pareja se busca la confirmación de que está siendo infiel. Leonardo da Vinci decía: “Nada nos engaña más que nuestro propio juicio” (“La mirada del corazón”, Nardone, G. 2009) . Ella ha ido descubriendo que cuando pregunta con la sospecha que conllevan los celos, le surgen siempre nuevas preguntas que aumentan su intranquilidad en lugar de disminuirla, y desgastan cada vez más la relación. Lo mismo ocurre cuando empieza a buscar en el celular o en el computador de su novio alguna “prueba” de su infidelidad, pues al no encontrar nada, su conclusión es que, como él está siendo infiel, se cuida muy bien de mantener todo muy bien escondido.

Aunque todavía hay momentos en los que le pregunta cosas a su novio y hay personas que todavía le generan celos, poco a poco ha logrado desmontarlos y recuperar una relación sana. La prueba del éxito la tiene ella misma porque ha estado cada vez más tranquila. Ha comenzado a comprender que él puede ser infiel si lo quiere y que el control no sólo no disminuye esta posibilidad, sino que la aumenta. No se trata entonces de controlar: se trata de trabajar en ella misma para poder contribuir al mantenimiento y desarrollo de la confianza mutua, y de comprender que los momentos difíciles que toda relación tiene se pueden convertir en oportunidades para profundizar esta confianza.

La creencia en una persona celosa es que mientras más controle a su pareja, menor será la posibilidad de infidelidad. Es la paradoja en la que termina atrapada. Pero lo que ocurre en realidad –como ella lo está comprobando– es que ese exceso de control se vuelve tan invasivo para el otro, que acaba por llevarlo a buscar en otra persona lo que no tiene en su relación. Es así como la persona celosa termina convirtiendo en realidad la creencia a la que más le teme: la infidelidad de su pareja.

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
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Artículo publicado en Semana.com el 13 de septiembre de 2011