Cuando más es menos

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“Me toca comer de afán porque estoy volado de la oficina”, me dijo hace un tiempo un amigo un martes a las 8:45pm. Aunque personalmente conozco poco sobre cómo funciona el mundo de las organizaciones porque no trabajo en ellas, muchísimos de mis consultantes y amigos trabajan en firmas de abogados, oficinas de arquitectos, corporaciones multinacionales, agencias de publicidad, entre otras. Y todos comparten una misma característica: el estrés porque tienen que estar disponibles 24 horas al día, siete días a la semana, todo por la creencia que mayor cantidad de trabajo conlleva mejor calidad. Pero lo que he podido constatar, tanto en la consulta como con mis amistades, es lo contrario.

Muchas de las personas que consultan lo hacen porque su trabajo se ha convertido en su principal problema; la cantidad de tiempo que tienen que dedicarle y la preocupación que eso les comienza a generar los lleva a darse cuenta que el resto de su vida se va reduciendo hasta casi desaparecer. “En mi oficina hay hora de entrada pero no de salida”, me decía este mismo amigo, que optó por renunciar pocos días después de habernos visto. Reconocía que había sido una decisión difícil, no sólo porque ganaba un excelente salario que lo ayudaba a pagar sus deudas, sino también porque, además de que era un trabajo muy prestigioso, la institución se había ganado varias veces premios y reconocimientos como uno de los mejores lugares para trabajar en el medio en el que se mueve. “En términos de hoja de vida, es muy bueno decir que uno trabajó ahí. Además, con el salario que ganaba, en teoría podía darme la gran vida, cuando en realidad nunca tuve tiempo de disfrutarlo porque siempre estaba trabajando”.

Hace poco llegó a mi consultorio un estudiante universitario que estaba ‘bloqueado’ frente al estudio. En ese momento iba perdiendo todos los parciales, y lo más curioso era que entre más estudiaba más fracasaba en los exámenes. Al empezar a indagar sobre cómo estaba funcionando el problema, fue poniéndose en evidencia que “la falla” estaba en el método de estudio. “Desde que llego a mi casa empiezo a estudiar y no paro hasta acostarme. Pero cuando me voy a dormir es como si no hubiera estudiado nada porque no me acuerdo de nada”. Convencido como estaba de que entre más trabajara mejor le iría, duraba horas sentado frente al computador y a “las fotocopias” que tenía que leer pensando que entre más tiempo le dedicara al estudio mejor sería su desempeño. No se daba cuenta que estaba generando el efecto completamente contrario. Fue así como empezamos a definir tiempos de estudio limitados después de los cuales debía parar y darse veinte minutos de tiempo para hacer otra cosa que le interesara o tuviera que hacer: ir a la cocina por algo de comer, sacar al perro, ver la página de deportes en internet, llamar a algún amigo, entre otras cosas. Pasados los veinte minutos podía volver a estudiar durante cuarenta y cinco minutos, y de nuevo parar para hacer algo completamente diferente. En un comienzo él se sintió incómodo y escéptico: se sentía mal porque le parecía irresponsable no estar estudiando de manera continua. Pero como él mismo había visto que ese método no estaba funcionando, se dio la oportunidad de hacer un cambio. Dos semanas después no sólo había pasado los dos primeros parciales del semestre: también estaba empezando a disfrutar el estudio.

¿Dónde está escrito que ‘a mayor cantidad mayor calidad’? ¿Es que acaso llegar al punto de no dormir, de presentar una gastritis aguda, estar a punto de una separación o de una incapacidad médica por estrés, es lo que se requiere hoy para demostrar qué tan entregada es una persona a su trabajo? Lo que este estudiante logró fue introducir un pequeño desorden para mantener el orden (Nardone, 2009): cuando logró estudiar sin sobre cargarse logró también desbloquearse. Y esto aplica también para el mundo laboral: pasar días y noches trabajando sin poder hacer un corte para salir a almorzar, para ir a una cita médica, para salir a comer con tranquilidad o para poder llegar a la casa a ver a la pareja, a los hijos o simplemente para descansar, acaba generando todo tipo de problemas en las relaciones interpersonales, en el estado de ánimo de la persona, en el desempeño laboral, en la actitud hacia el trabajo, además de problemas de salud que pueden llegar a incapacitar a las personas, con lo cual no sólo podrán perder la salud, sino también el trabajo.

Con esto no quiero decir que de vez en cuando no se pueda trabajar hasta tarde, que no haya momentos en los que toca pasar la noche en vela para terminar un trabajo en la universidad o para entregarle un informe al jefe al día siguiente. El problema no es que eso se presente de vez en cuando, el problema es que esa forma de trabajar se ha vuelto la “única”, un hábito inducido por una sociedad que ha decidido que esta es la manera de medir el nivel de compromiso y desempeño de una persona con su organización. Las organizaciones no parecen tener consciencia de que así están generando el efecto contrario: llevar a que las personas, en lugar de querer su lugar de trabajo, acaben detestándolo y contando las horas para poder salir de ahí. Como me lo manifestaba una persona en medio del llanto pues llevaba semanas durmiendo mal, agotada y desesperada con su trabajo: “Mi meta es quedarme aquí máximo un año para poder ahorrar y para tener estabilidad en mi hoja de vida. Pero apenas cumpla el año me voy a hacer lo que realmente quiero hacer, que no tiene nada que ver con mi trabajo actual”.

La responsabilidad y el compromiso con el trabajo son condiciones importantes y necesarias tanto para el buen desempeño de las personas, como para las organizaciones en las que trabajan. El problema es la manera como se están entendiendo esa responsabilidad y ese compromiso, cuyos efectos una consultante me los describía diciendo: “el que se queda hasta más tarde es el que más calienta la silla, pero no es necesariamente el que más trabaja”. En otras palabras, pasar la mayor cantidad de tiempo en la oficina no significa que se esté llevando a cabo un trabajo de mayor calidad. Por el contrario, como bien me lo han mostrado mis consultantes y amigos, muchas veces a mayor cantidad, menor calidad de vida y por lo mismo, menor desempeño.

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 20 de abril de 2012

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